El sol de agosto derretía las velas en mi ventana. Y el sol de agosto me despertaba a las 6 de la mañana por donde crecía detrás de montañas verdes y ordenaba su imperio y mandaba a su gente a trabajar y a los parranderos ajishi a dormir.

Desde mi venta la ciudad de Busan en su fin oriental. De noche y de dia sus taxistas y sus profes de ingles y sus prostitutas de pierna larga que se suben a autos negros y sus peluqueras y sus niños enfermos y sus niños felices y su gente sin y con trabajo vagan bajo mi ventana. Felices y miserables y apunto de su autodestrucción.  Y se van y vuelven y se van otra vez. A mi amor, la ciudad de la Montaña Caldera.

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